Hace pocos meses, en la Maestría de Políticas Públicas de la Universidad del Pacífico, en la ciudad de Lima, discutíamos sobre el rol protagónico y fundamental del funcionario público en la atención de los grandes problemas nacionales. En este ámbito tratábamos, también, sobre las características con las que debía contar esta pieza fundamental, que considerábamos clave para la consolidación de la democracia y el desarrollo, que se esfuerzan en conseguir la gran mayoría de países de Latinoamérica.
Conocimiento, capacidad, liderazgo, transparencia, trabajo, experiencia, austeridad, vocación de servicio. Todos coincidimos en estas y otras características.
El pasado domingo 3 de marzo, recibimos la dolorosa noticia de la partida de Manuel San Román Benavente, exdirector de Juegos de Casinos y Máquinas Tragamonedas del Perú. Hemos mantenido un respetuoso silencio por unos días y, luego de procesar tan dolorosa pérdida, creemos oportuno dedicar estas líneas como un sincero homenaje a una persona que no solamente dejo una marca de distinción en la administración pública peruana, sino que además contribuyo significativamente al futuro de nuestro país.
Antes de Manuel San Román, la regulación peruana existía, pero no se cumplía. No es el momento para recordar esta historia, pero desde 1996, año en que empezamos a trabajar en la industria, fuimos testigos de la gestión de muchos reguladores que simplemente administraron la profunda crisis, pero no enfrentaron verdaderamente el problema.
Conocimos a Manuel San Román una mañana de septiembre del 2006, en los pasillos del Congreso de la República. Se debatía una enésima reforma legal sobre los juegos de azar y, lamentablemente, esa mañana no coincidimos en nada. Por el contrario, con respeto pero también con mucha energía, intercambiamos posiciones diametralmente distintas en el marco de las sesiones públicas organizadas por la Comisión de Turismo del Congreso.
Nosotros defendíamos en general los derechos de los operadores y, ciertamente, teníamos mucha desconfianza de lo que el Congreso finalmente aprobara. Manuel San Román buscaba, prioritariamente, recuperar el ‘Principio de Autoridad’ de la administración.
En esta coyuntura, podríamos decir que no empezamos de lo mejor y que partimos de posiciones contrarias. Pero Manuel San Román tuvo la habilidad de ir encontrando consensos y sumando esfuerzos, y así logró encaminar a todos en la misma dirección: la formalización y el ordenamiento de la actividad. Inmenso reto el que asumió San Román, e invalorables los resultados que obtuvo a los pocos meses de gestión.
Debemos recordar que el Perú, si bien es cierto comparte las comunes deficiencias de la mayoría de países de Latinoamérica, mantiene una característica especial: su alto grado de informalidad. Prueba de ello son los cientos de procesos de formalización que hemos ensayado sin suerte: desde la formalización del transporte público y la minería, hasta de la educación y el empleo. Somos, sin lugar a dudas y hasta el día de hoy, un país marcado por la informalidad y la industria del juego de hace veinte años no era la excepción.
Frente a ello, Manuel San Román constituyó un equipo de profesionales de las propias canteras del MINCETUR. Inició un proceso digno de reconocimiento público y que no solamente generó decenas de miles de puestos de trabajo, promovió importantes inversiones y procuró significativos ingresos fiscales; sino que además constituye un ejemplo de cómo, aunque parezca sumamente complicada una determinada problemática pública, basado principalmente en el trabajo profesional y la transparencia, se pueden lograr grandes resultados.
Por ello, consideramos importante rendir un merecido homenaje a un gran hombre que, desde el lugar que el destino le otorgó, brindó importantes años de su vida para construir un mejor país, y lo hizo con gran profesionalismo, sencillez y una verdadera vocación de servicio por su patria.